miércoles, 27 de enero de 2010

El 44

Alguno de ustedes es usuario de transporte público, más precisamente autobuses? Pues yo si, cada día.
Ahora mismo. Una sube al autobús y está atestado. Gente trabajadora, que se levanta tempranísimo porque depende del ómnibus para llegar a horario al trabajo. El colectivo da mil vueltas, veinte mil paradas, es lo que hay. A madrugar para llegar a tiempo.
Dicen que antes la gente era más respetuosa. Supongo que por los años cincuenta, no sé. Ahora como te descuides se te sientan encima. Parecen buitres al acecho, mirando de reojo a quien intuyen se bajará en la próxima parada, para coger, raudos y voraces, el asiento. Ni hablar de cederlo a ancianos, embarazadas, minusválidos o niños. De vez en cuando alguna, con sentimiento de culpa tardía, después de media hora viendo a la ancianita de pie junto a ella, aferrada a una barra y haciendo malabares para no caerse, le dice muy oronda: -Se quiere sentar?. Y no se crean que le dice rotunda: -Señora, siéntese, por favor-. No, le dice si se quiere sentar, mientras hace un amague forzado a levantarse y esperando que la ancianita le diga que no hace falta o que dude un momento. Todo está implícito en ese "se quiere sentar".
Y ni hablemos del por favor. Te dan un cuasiempujón a modo de toque, seguido de un -A ver...
La mayoría de los ancianos son muy respetuosos, no se les ocurre decirles: señorita, ve usted ese dibujito en la pared del autobús, junto a su asiento, ese que esboza una mujer con barriga o con un niño en los brazos, el de al lado es un dibujo de un hombre con bastón, o sea, anciano. Bueno, pues eso significa que el asiento está reservado a gente como yo, que no me tengo en pie por la edad. Y usted, que es jovencita y se ha arreglado tanto con esos tacones, se jode y se aguanta.
No, los ancianos suspiran. Como también suspiran los padres con hijos en brazos o las embarazadas.
Los conductores no hacen nada, por supuesto. Recuerdo un verano que paseaba mi barriga por Lisboa, al subir al tranvía 38 el conductor me preguntó: -Está vocé grávida?. E inmediatamente exclamó a los pasajeros: -Dar um assento à senhora!
Así que yo me he jurado ser una vieja muy roja. Cuando no pueda con mi artrosis o simplemente porque la edad me lo permite, seré grosera con quien tenga que serlo, nada de sonrisas ni porfavores. En cuanto penetre a la línea gritaré quién se levanta a dejarme su asiento. Y a cara de perro, como corresponde.
Lo que no sé si saben muchos, son las increíbles minihistorias que se viven en la cápsula urbana.
Alguna vez tuve que llamar al 112 por algún desmayo mañanero.
Cierto día presencié la tensión entre dos mujeres que, al parecer, salían de un juicio en el que se impuso a una de ellas la orden de alejamiento hacia la otra. Tomaron el mismo autobús, pero ninguna se bajó y continuaron mucho rato haciendo el mismo trayecto. Ambas iban acompañadas y se decían cosas en voz baja. Te informas de esto porque claro, siempre hay gente que conoce las historias. Gente asidua a la línea que se va tornando familiar, incluso de tanto verte te saludas como si te conocieras. Esta gente cuenta las historias en un tono de voz típico de muchas mujeres. Están sentadas juntas pero hablan como si mediara entre ellas una calle. Todo el mundo se entera de sus conversaciones.
En otra oportunidad conocí las hazañas de monsieur tombé, como me gustó llamarle. El conductor dio un frenazo y antes de caerse, este señor exclamó un Ay muy exagerado. Igual de exagerado que su caída, el frenazo no daba para tanto. Una mujer lo increpó, el conductor paró el coche y se acercó a él. No tuvo más remedio que bajarse. Era una treta cotidiana y ya lo conocían. Viajaba siempre de pie y ante el menor movimiento brusco de cualquier autobús, fingía una caída. Buscaba indemnización, era su forma de llevarse un sobresueldo, aunque no sé si trabajaba.
Se pueden escribir grandes historias si prestas atención. En el autobús hay confesiones, sentires, disputas familiares, problemas laborales y un sinfín de posibilidades para las mentes menos inspiradas.
Hice dos grandes amigas en el autobús. Una mañana una de ellas me escuchó hablando con alguien.
-De dónde sos?????
-Siiiiiii, argentina, como vossssss.
Y la otra- No me lo puedo creer, yo también!!!!!.
Reímos las tres y volvíamos a cruzarnos cada mañana en la misma línea.
Luego los móviles, llamarnos, compartir un asadito o mates con galletitas en casa de alguna.
Cada vez que subo al coche no puedo evitar pensar en los no-lugares de los que hablaba Marc Augé. Espacios de transitoriedad sin la suficiente importancia como para ser catalogados como lugares.
Sin embargo, cuando encuentro un sitio libre y logro expandirme más allá de la ventanilla, pienso que puedo recorrer todos mis tiempos desde este lugar. Las cosas deseadas desde este habitáculo, las inquietudes y anhelos, la gente con la que me he encontrado al bajar, la lluvia repiqueteando en los cristales, el calor abrasador del verano, los años de mis hijos.
Y mi vida en esta tierra, desde un 44.

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